Trombones ciegos, calles recorridas descalzo.

Desafío a la muerte
desde una vida inerte.

Todos los cajones de mi casa
están llenos de calcetines
repes...

Todas las tazas de café
duermen eternamente
en el frío sueño
del cansancio.

Hay árboles que crecen
en medio de los programas
de mi tele...

Ayer en la panadería
las empanadas estaban duras,
y la muerte... crujiente.

Vivo descompasado
y amando.

Vivo en la entereza
de lo parido,
y en miedo de lo advenedizo.

Todo en mi casa ocurre
entre cuatro paredes,
las mismas que traslado
cuando camino
en medio de la locura,
embarrado en el cieno
de las calles.

Una insistencia que no intenta.

Cavo profundo con la vida misma
en tierra muy mojada. Casi cieno.

El trabajo es mancha entre mis manos
que ya no son blancas.

La vejez va definiendo
esa aspereza de mi personalidad.
Sí, cada vez soy más ermitaño
cada vez crece más ese gruñón
mío.

Ahora voy poco a poco
hacia un agujero negro,
me costará los mismos años
de vida llenar de luz la tierra
baldía.

La eternidad, es una aliada
cuando sabemos
que vivir es lo eviterno
del principio de nuestro
primer llanto.

Vamos desperdiciando
papeles, y disfrutando lamentos.

Kagami no ma

Bajo el pilar donde fijas la mirada,
hay un pequeño diente de león
que inicia tímido, con el viento,
su vuelo diminuto y escaso de otoño.

El albur lo lleva al soplo
de un púber,
que bajo el silencio
trovará el sueño,
urdido bajo el breve
temblor de su pecho.

Su viaje exiguo,
silencioso,
y conciso;
es como la vida
de la mosca,
como la intención
de la libélula.

Nunca algo tan simple,
tan delicado,
llevó en su carga
un sable tan certero.

En medio de pasos que no cuento van ocurriendo los cataclismos pactados.

Disgregado.
No encuentro la manera,
ni el tiempo,
ni el ritmo.

Me agrego
sin sustancia
y me contamino.

No hay nada
cerca de mi
que pueda
hacer lo más mínimo
cuando me hago
el vencido
mintiéndome
sobre las cosas
que construyo
en mi mismo.