Silenciando a la tierra.

Pasa el segundero enlutado,
zumba en mi cabeza
como el rumor de las hojas.

Es como el barrendero
de la calle nocturna,
lleva una colilla entre sus labios,
la luna no le hace sombra.

Viste a la dama muerta,
que ya no se desespera.

Ha iniciado su recorrido
por las noches y nunca lleva
la misma ruta.

El camino siempre es distinto.
El camino siempre es distinto.

La noche es un gorrión
que no duerme,
tirando horas a las hojas;
tirando todo lo que barre,
basura
que la escoba arrastra,
recogido de baba
en plato de porcelana vieja.

La oscuridad abandona:
al barrendero, a la colilla
y a la dama de la angustia.

Entre sus labios ya no duerme el humo,
su estomago es su alma llena de bilis.

Se vaciarán las calles de horas,
de hojas,
de plásticos,
de voces,
de peces,
de perros,
de ropa,
se vaciarán las calles,
hasta de calle,
para que la gente
sea el silencio
de lo que el barrendero
no barre y el tiempo no suma,
así el gorrión volará sangrando,
entre zumbidos y espanto.

Parafraseando noches accidentadas por alcoholemia.

Tal vez Shiki,
haya sido el único
heredero del saber,
en la absoluta fortaleza
del dolor.

En su mínima expresión,
concisa todo un universo.

Viajo desde el paraguas hasta el gorrión,
desde la chica de la ventana
hasta el horizonte dibujado.

Como él, todos esperamos
el zumo de calabaza;
los kilómetros de flema.

Al tiempo,
nos saludamos,
e interrumpimos,
lo que imaginamos
podernos interrumpir,
sin preguntar.

Esta noche cogeré el coche,
conduciré hasta cansarme,
hasta el mismísimo corazón
del Haiku:
accidente irremediable,
cada noche, en cualquier esquina,
de mi corazón con tu vino.



Adivinación de la vida; retrato de una muerte lisonjera.

Pisando píldoras,
adoquines con tarjeta de crédito.

Tengo un balcón,
con vistas a la muerte.

Mi receta,
para revivirme,
tomar café mientras me asomo:
Desayuno,
comida,
cena.

Es un páramo excelso.
una aventura lisonjera:
el dejar que mi hirsuta
barba, la meza Caronte
con su remo de coña.

Tengo un balcón con vistas a la muerte,
desde él, veo todos los bares,
los camellos,
las putas,
las camareras,
los matones.

Tomo mi píldora machacada,
y sonrío al cielo negro,

hasta la virgen,
tiene caries en su vagina.

No se libra nadie,
veo los bolsillos
llenos de piedras,
que no tira nadie,
veo el suelo repleto de pecados
que pisan mientras ríen.

Tomo todo mi café.
Todo mi esperma son las nubes.
Ella sueña que nos besamos,
ella quiere que viva en sus labios,
mientras;
solo pienso en follarle la boca,
asomándome al balcón para gritar:
Muerte es mierda.



Cuento heredado, de la inercia desagradable.

En esta tarde,
que es una estancia inaudita,
remuevo a Epicuro,
en la taza de mi café,
no me reflejo, ni encuentro
idea.

Siempre me abandoné
a la inconsciencia.

Escucho a Camarón,
la soledad es una canasta
de cuero.

Ando loco tirando toda
el alma al borde de los pies,
es un opio telefónico.

La distancia no se mide en metros,
sino en silencios.

Existió un relato de alegría,
que contaban los padres,
pero los padres de hoy,
se inyectaron al héroe.

Estamos drogados
por el cuento: adivina el tuyo.

Los cuentos ya no valen,
morimos en una fábula
en la que el horror,
ha sesgado al miedo,
y nos dejan en medio
de hambrientos,
con la boca cosida.

Amor miniado.

Tengo esto abandonado,
cuelgan telarañas de días pasados.

No escribo como antes,
a penas me fluye,
el dolor me tiene arrinconado,
en un sofá.

Miro por la ventana
y esperar se hace desesperante.

Ella va por el espacio,
como una nave desquiciada.

Sube las escaleras,
tiende la ropa,
intenta descansar,
se retira a veces a su rincón,
y silencia su rabia,
para volver con una sonrisa.

Se sienta y redacta informes,
mientras arde con su piel
y sus ojos se despellejan.

Jamás le escucho una queja.

Me pregunta si deseo algo:

Deseo que vuelvan los viernes,
los jueves canallas,
las risas,
y el piélago consciente.

Va de arriba abajo,
como el yo-yo.

Se recuesta en mi hombro,
y viaja, y se cuestiona: ¿Me querrá?.

Llega con la cena, donde estoy postrado,
me reconstruye, es experta en mecanos,
ceno, cena, cenamos,
la beso, me besa, nos cenamos.

El día es una inquietante jauría
de emociones,
la noche es la red de las dudas
del emocionante día, aún por corregir.

Le acaricio el cuello,
el pelo, adormece.

Viajamos a la cama,
sin saber si vamos a dormir,
pero nos queremos en medio
de esta desesperación;
de esta prueba del destino.

Hay mucha intoxicación,
el mundo está enfermo,
pero procuro estar vacunado;
vacunarla.

Deseo a veces,
haber nacido topo,
o lombriz,
y pasar por debajo
de toda esta mierda de letras.

Mas deseé con más fuerza
un amor traído desde Titan,
y ahora que lo tengo,
jugamos entre los anillos de saturno,
cuando desatamos ambos,
este niño no parido, que los dos,
estamos criando, con todo lo de antes.

Deseo que llegue pronto,
este sofá,
es una inmensa soledad.

Desayunando a cualquier hora.

Son muchas ocasiones,
en las que se manifiesta
el dolor.
Pocas si sabes llevarlo,
en las que el sufrimiento
toma café en tu misma mesa.
Y únicas en las que la muerte
gana la partida... pero no la guerra.
Para ahuyentar esto,
está la vida,
esa naranja que exprimes
y la tomas a cualquier hora.

Paciencia en contra.

El dolor es infinito
cuando devora hueso.

No existe patrón
que establezca una medida
exacta.

Únicamente dolor
y agua en el fuego.

Amenizado por la ingravidez.

Ahora que todo está disyunto,
disculpo lo no dispuesto.

Voy a navegar por una frontera,
medio sueño me espera,
correr es el arte de ir despacio
hacia la muerte.

En Dione no hay agua caliente,
solo vida demasiado quieta.

Derritiendo chasmata y lineae.

Todas mis letras,
tienen un claro destino.

Nebulosa inquietante,
pluma negra,
un pene erecto,
una vagina húmeda.

Nuestros besos,
por todo el cuerpo.

Nuestros besos,
todo el tiempo.

Horas insaciables
en las que la muerte,
siente vergüenza
de visitarnos.

Definiendo las conclusiones, se me adviene un sentimiento prehistórico.

Distante en el tiempo,
cercano en el espacio
que nos rodea.

Habito en lo improbable.

¿Puede ocurrir lo que sucede?

Mi movimiento
quizá sea inverosímil.

Sabes que somos vagos.

Me muevo, pero no avanzo.

La fase contemplativa,
enriquece todos los cantaros
rebosantes de dudas.

Siempre he sido pretérito,
un circulo arcaico,
un enso inmemorial
que se retira al ruido.

Es mejor callar,
cuando el gruñido avanza.

Resucitando a las doce del medio día, saco de la manga los cactus perdidos.

Hay algo que ocurre
entre sigilos,
mientras el mundo se desmorona.

Monto su cuerpo y lo trastorno.

Su orgasmo es un gerundio en flor.

Llueve y chorrea en mi pecho
toda su estela de dorados gemidos.

La muerte ha tirado su peonza,
y gira en mi cabeza,
cavando un hoyo
por donde se me escapa
la vida;
se me escapa la vida,
se me escapa la vida,
mientras me corro,
me corro,
me corro.

Noche de bares, sin recuerdos, ni consciencia, me pierde la esquizofrenia de mi bolsillo vacío.

Resuena,
retumba y me atormenta,
el sonido de la muerte
en mi cabeza.

Tiene mil cuervos
en el pelo,
y un gorrión en la vagina.

Huyo por las calles,
para morir en sus labios.
Es la única muerte
que me salva de la matanza
ordinaria de la misma muerte,
aburrida de tanta muerte.

El lento baile borracho de un gorrión, que me mira, sonríe y vuela.

He descubierto un baile.

El gorrión se emborracha
con el poco vino de la copa,
dejado en la mesa de la terraza.

Los hombres se enamoran,
con el resto de amor,
que otros dejan.

Bailar en la noche
es recoger flores muertas
de la mano de un jardín
sembrado de incógnitas.

He descubierto que los taxis
paran cuando los llamas,
y los tomas cuando están quietos.

Bailo en medio de todo esto,
es un sin vivir de esperanza.

Bailo y cojeo,
una extraña forma de labrar
la ciudad,
para sembrar un pasado
que no llega.

He descubierto,
que la muerte,
muere, con los taxis,
con los hombres,
con las mujeres,
con las copas de vino,
con los gorriones borrachos.

He descubierto que la muerte
muere, podrida de esperanza.